Capítulos IV y V
En estos dos capítulos se encuentran uno de los pasajes más hermosos del Apocalipsis e incluso de la Biblia: «la alabanza que toda la creación está rindiendo eternamente a Dios como creador (cap. IV) y en el capítulo V, esa alabanza es tributada a Cristo, el Cordero inmolado».
Veamos primero los acontecimientos del capítulo IV
Juan mira y ve una “puerta abierta”, esta puerta ofrece al profeta acceso al cielo para ver la visión de las cosas que tienen que suceder. En el medio del cielo hay un trono y en el trono está Dios, el Creador (“Alguien estaba sentado con aspecto de jaspe y ágata”). El trono está rodeado de un arco iris, es el halo de la gloria de Dios. Del trono salen relámpagos y truenos, signo de la presencia temible de Dios. Cuatro seres vivientes, rodeados de ojos por delante y por detrás, simbolizan el universo material que es donde se asienta el trono de Dios; el número cuatro simboliza el universo con todos sus elementos. El que “están llenos de ojos por delante y por detrás, por dentro y por fuera” quiere decir que la mirada de Dios los conoce hasta en el fondo (Dios es omnisciente, todo lo sabe y todo lo ve).
Hay veinticuatro ancianos los cuales representan la humanidad redimida. Visten túnicas blancas y largas para expresar su sacerdocio, la corona que tienen en la cabeza expresan su realeza, pues por el Bautismo participamos del Sacerdocio y la Realeza de Cristo.
El candelabro de siete lámparas, el autor explica que simboliza al Espíritu Santo en su plenitud desbordante de siete dones.
Del versículo 4º al 11º, los habitantes del cielo y la tierra rinden adoración a Dios; lo aclaman tres veces “Santo”; le alaban en su eternidad tridimensional: “Que era, que es, y que será” y le dan gloria, honor y acción de gracias.
Ese gozo que presenciamos que tienen los bienaventurados en el cielo, también estamos saboreándolo aún en esta tierra; ese es el sentido de nuestra oración personal y sobre todo de nuestras celebraciones litúrgicas, principalmente de la Santa Misa donde nos unimos para alabar y glorificar a Dios Padre y a Cristo Redentor.
En el próximo artículo continuaremos hablando sobre el capítulo V.
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