«Ya que has cumplido mi consigna de ser constante, yo también te
preservaré en la hora de la tribulación, que ha de venir sobre el
mundo entero para poner a prueba a todos los habitantes de
la tierra». (Ap 3:10)
Está reconocido que el testimonio histórico más antiguo sobre el martirio de San Pedro y San Pablo, lo escribió el Papa San Clemente de Roma, quien fue papa del año 90 a 100 aproximadamente.
Analicemos este testimonio: San Clemente, inicia su argumento invitándonos a dejar a los mártires del pasado y que nos concentremos en los que han sufrido en nuestros tiempos; cuando dice: “Dejemos estos ejemplos de persecución en el Antiguo Testamento y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a nosotros”. Inmediatamente, Clemente, nos habla sobre el sufrimiento a que fueron sometidos aquellos que eran las “más legítimas columnas de la Iglesia”. Pero en especial, nos relata la magnificencia de Pedro y Pablo, quienes al igual que los otros apóstoles que luchando hasta la muerte fueron presa de la “persecución por tribulación y por envidia”.
San Pedro, el primero en las lista de los apóstoles, el primero en buscar a Jesús, fue sujeto por una hostil rivalidad a la persecución y al sufrimiento hasta llegar a ser martirizado, pero quien a pesar de todos los defectos que tenía, logró cumplir con su misión. Por otro lado, San Pablo “en repetidas ocasiones fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades”. Ambos Santos, lograron así la “posesión de la gloria merecida”, como nos dice Clemente.
El testimonio del Papa Clemente, concluye con una invitación a que pongamos los ojos fijos en lo bueno y agradable a Dios. Y que nuestra mirada siempre este fija en la sangre de Cristo, porque cuando la derramó no sólo trajo la salvación, si no también la gracia de la conversión al mundo entero.
De San Pedro podemos aprender que “el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente”. De San Pablo “hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado”.
Basado en el Evangelio del Día, 29/06/13.