«Tomen y coman, esto es mi Cuerpo»
- Cuando sus seguidores le preguntaron sobre la naturaleza del alimento eterno, Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. [Juan 6:35]
- En la última cena al bendecir la comida diciendo: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados”. [Mateo 26:26-28]
Pero este origen no se limita sólo al Nuevo Testamento, cuando encontramos que el vino y el pan se mencionan en el libro del Génesis del Antiguo Testamento: “Y Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino,” [Génesis 14:18]
El por qué de la Eucaristía, es una nueva alianza que Dios hace por medio de su Hijo con nosotros; donde el vino y el pan se convierten en la sangre y el cuerpo de Cristo. Así que en cada misa la Eucaristía viene hacer una continuación de la “Última Cena”; por lo que cuando acudimos a recibir la comunión podemos sentirnos que estamos participando en la cena con el Señor.
Oraciones para después de comulgar:
Tomad, Señor (San Ignacio de Loyola)
Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo devuelvo; todo es vuestro, disponed según tu voluntad, dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
Alma de Cristo
Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén
A Jesús Crucificado
Mírame, ¡Oh mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia: te ruego, con el mayor fervor, imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza, caridad, verdadero dolor de mis pecados y firmísimo propósito de jamás ofenderte; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando y contemplando tus cinco llagas, teniendo presente lo que de Ti, ¡Oh buen Jesús!, dijo el profeta David: «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos.»
Luego rezas: Un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria.
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