Recientemente el Papa Francisco se reunió con obreros, jardineros y personal de limpieza del Vaticano, para celebrar un momento de oración. Llegado un punto de la ceremonia, Francisco, pidió a todos unir sus corazones en una oración silenciosa y en vez de quedarse sentado en el sillón especial que siempre se dispone para su alta jerarquía, decidió irse a una de las sillas, al fondo de la capilla. Y allí, sentadito, como todos los demás, hizo su oración.
Este gesto subraya lo dicho por Juan Bautista (Evangelio de Juan 3:30): “Es preciso que él crezca y que yo disminuya”. Si el centro de la oración es Cristo, ha pensado el Papa, lo correcto es que todos enfoquen su mirada y su oración al Señor, lo cual incluye también al Papa. A quien hay que buscar en la oración es a Cristo, no a su vicario, quien ha demostrado ser un Buen Pastor, ya que en vez de querer ser “el jefe” ha decidido guiarnos a través del ejemplo personal. Qué bueno que Dios nos ha dado no un jefe sino un líder, un pastor, que como el mismo Francisco ha dicho, se impregna del olor de las ovejas de su rebaño.
Un jefe siempre destaca, reluce, por encima de sus subordinados, pero el Papa no nos ve como subordinados, sino como hermanos en el mismo esfuerzo de construir el reino de Dios y caminar hacia el encuentro definitivo con Dios. Un pastor, que como el Papa Francisco, se siente seguro de su liderazgo, no teme ir a sentarse al fondo, pues no manda sino que acompaña. ¡Qué Dios le conceda una larga vida a este Papa tan bueno que nos ha regalado!