Me dices que no sabes rezar, que te falta fe, dedicación, tiempo; que te falta concentración, silencio, ambiente propicio para eso.
Yo te diría que hay muchas maneras de rezar. Cuando pasas el día corriendo y manejando en servicio de los demás, estás rezando.
Cada vez que exclamas ¡Dios mío! ¿Cómo voy abarcar todo lo que tengo que hacer hoy?, estás rezando.
Cuando lloras junto a la cama de un hijo enfermo y pones la cabeza entre las manos deseando ayuda, estás rezando.
Cuando el dinero se te va de entre las manos y admites con humildad tu imprevisión, tu incapacidad y la necesidad de exigirte más a ti mismo, estás rezando.
Cuando te recreas entre las bellezas de la naturaleza, estás rezando.
Hay una oración en el día que no se hace en la iglesia, ni delante de una imagen, ni con incienso, ni de velas encendidas, pero que está movida por la gracia y está llegando al corazón de Dios.
No son los labios los que enseñan a rezar, es la misma vida; no son los labios los dueños de la oración, son las necesidades y los sentimientos los que hacen orar; no son las plegarias que aprendimos desde niños las que tocan a la puerta de Dios, son las batallas, los agobios, las pruebas a veces tan duras que se nos presentan, las que nos hacen golpear desesperados para que el Señor nos oiga y nos deje pasar. Y allí recibir el consuelo.
Quien ama como tú amas, a los tuyos y a los demás, va formando un rosario de cuentas que serán siempre rosas perfumadas de oración.
Quien enciende el corazón para el bien y ofrece sus obras; quien da y se sacrifica, ya se comunicó con Él.
Hay muchas maneras de rezar, cada cual lo hace según sus circunstancias y su temperamento; unos rezan por dentro, con espíritu elevado; otros por fuera, de una manera práctica, en movimiento cristiano, en acción eficaz sobre la tierra.
No importa la forma, sino llegar a poseer a Dios; no importa cómo fue el esfuerzo para construir el puente, lo que importa es poder pasar.
No temas, los actos humanos son rezos… las pisadas dejadas con dolor son huella divina.
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