“No hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, mientras no hayamos puesto un sello en la frente a los siervos de nuestro Dios.” (Ap. 7,3)
Continúa la visión del sexto sello. Juan hace como un empadronamiento de los “Siervos de Dios” que aguantarán la persecución; todos reciben la marca de la protección. El número de los marcados es de 144.000; 12.000 de cada tribu de Israel.
Los 144.000 que han de ser salvados, es un número simbólico; no caigamos en el error de algunas sectas protestantes que lo toman en sentido literal y excluyen de la salvación a los que no pertenecen a su credo, e incluso limitando el número de los salvados únicamente a 144.000.
Hay, en dichas religiones, desconocimiento del simbolismo que daban los orientales a los números. En el simbolismo oriental, el número 144.000 sugiere una muchedumbre inmensa, y para los hebreos una muchedumbre muy grande del pueblo de Dios. El número 12 tiene el significado de plenitud; 12×12 es por lo tanto plenitud inmensa y esta cifra multiplicada por 1.000 significa una muchedumbre tan inmensa que nadie puede contar, compuesta por gentes de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos, como dice Juan en 7,9 (favor leer en la Biblia)
No podemos ser salvados por nuestros propios poderes. Nosotros también somos marcados por Dios con el sello de su propiedad en el Bautismo. Dios protege la vida los perseguidos que tengan la marca del Bautismo, signo de pertenencia; por eso no debemos tener miedo de las calamidades porque, si somos fieles a Dios, tenemos su protección.
Después de estos hechos, sigue una descripción anticipada de los bienaventurados en el cielo. La Iglesia triunfante, con “vestidos blancos” (símbolo de pureza), y con “palmas en las manos” (símbolo de victoria). De esta manera Juan se imagina el cielo como una grande e inmensa celebración (7,9-17).
Finalmente, el Cordero, Cristo, abre el séptimo sello (8,1) y lo que sucedió es que “se hizo silencio”, no dice nada más. Es como si Juan quisiera dar a entender que ahora hay que esperar el cumplimento de las promesas hechas por Dios. Como dice Jesús: «no sabemos ni el día, ni la hora, pero Jesús dice que si nos mantenemos firmes en la fe conseguiremos la vida eterna«. (Es recomendable leer (Lc. 21, 5-19 y Mat. 24,29-44).
El capítulo octavo empieza con otro septenario: “Las siete trompetas”. A ellas no referiremos en las próximas entregas.
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