«»Luego vi cuando el Cordero rompía el primero de los siete sellos…” (cap. 6, v.1)»
En el capítulo quinto (Parte 1 y Parte 2) del Apocalipsis presenciamos la entrega del libro sellado con siete sellos, cuyo contenido sólo Cristo podía revelar.
El capítulo sexto nos revela el contenido de los libros siempre cargado de simbolismo como es el leguaje apocalíptico. Aquí, Juan, presenta la primera serie de siete plagas.
Primero abre cuatro sellos en cuyos libros se describen las plagas generales de guerra, hambre y peste en la tierra, calamidades de todas las épocas. La Iglesia reza en la liturgia: «De la peste del hambre y de la guerra, líbranos, Señor».
Al abrir los sellos sale cada vez un jinete a caballo de color blanco, rojo, negro y verde. El caballo simboliza la fuerza, la velocidad, la conquista y el poder del ataque. Los cuatro jinetes son fuerzas activas que actúan en la historia de la humanidad; estas fuerzas escapan al control humano, pero quedan siempre bajo el poder de Dios. «Miré y vi un caballo blanco y el que lo montaba llevaba un arco en la mano. Se le dio una corona, y salió triunfante y para triunfar».
Según la interpretación de algunos exégetas¹, con la que coincido, el primer jinete, que monta el caballo blanco es de signo positivo, representa la PALABRA DE DIOS entregada a los profetas en el Antiguo Testamento; los otros tres jinetes son la guerra, el hambre y la peste. Son plagas que azotan a la humanidad pecadora, para hacer sentir al hombre que necesita de la salvación de Dios. Estas plagas alcanzan a buenos y a malos; tienen un sentido providencial: para los buenos un reto a su paciencia y fe, y para los malos estas plagas son castigos.
Los tres últimos sellos tratan de la persecución a los cristianos en tiempo de los emperadores romanos (cap. 6, v. 9-11). Hay un símbolo importante al que debemos prestar atención. (leer el versículo 9) Juan dice que las víctimas de las persecuciones están bajo el altar. Para entender este simbolismo debemos saber que en el Templo de Jerusalén había debajo del altar una cueva y en esa cueva cuando el Sacerdote ofrecía las víctimas, la sangre se recogía en ella. La sangre simboliza la vida o el alma; es decir, la vida o el alma de los mártires la recoge Dios en su seno, donde ya ahora gozan de su gloria simbolizada por el vestido blanco. El pueblo clama por justicia y venganza (cap. 6, v.9-10), pero se oye el aviso: «aguanten un poco más de tiempo, hasta que se cumpla el número de sus compañeros y hermanos». La persecución tiene un plazo fijo para terminar; el creyente no debe desesperar porque Jesús está con él.
Al abrir el sexto sello aparecen dos perspectivas. Por un lado lo primero que vemos es una gran calamidad (cap. 6, v.12-17, leer), el juicio que va a caer sobre los perseguidores descrito con imágenes cósmicas: violento terremoto, la luna se volvió como sangre, cayeron las estrellas… Estas figuras no han de tomarse al pie de la letra; es el mismo lenguaje figurado que usaron los profetas e incluso Jesús, como leemos en Mat. 24, 29 y Lc. 23, 19-30.; de ahí surge la pregunta: «¿quién podrá mantenerse en pie?» Con la respuesta a esta pregunta angustiosa tenemos la segunda perspectiva (Cp. 7, v.18) De hecho nadie puede salvarse por sus propios méritos, pero Dios protege a aquellos, que han sido fieles y ahora formamos el Pueblo de Dios (Pueblo Escogido). Son los sellados, marcados con el sello que indica que son su propiedad.
Nota: Por ser un punto bastante controvertido por algunas sectas religiosas, creo conveniente tratar en la próxima entrega el tema de “Los 144.000 que se salvan”.
¹Exégeta: m. Intérprete o expositor de la Biblia.
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